Gran Torino

Es viernes, toca cine.

Dicen quienes saben que un Gran Torino es un auto clásico que en la década de los setenta se convirtió en el anhelo automotriz de todo amante de los buenos motores. Hoy es joya de coleccionistas y el título de una película muy chingona de Don Clint Eastwood (actúa y dirige).

Recuerdo que cuando era muy, pero muy niña, a mi papá le gustaba ver películas en la videocasetera de un gringo con cara de malo y poco expresivo que, diciendo frases cotorras, despedazaba a cuanto ojete se le ponía enfrente con su enorme magnum 44.

Ya menos chavita volví a verlo en una película de vaqueros que me pareció muy buena y distinta a todas. Hace poco lo vi de nuevo, entonces como el ruquito entrenador de una boxeadora que valía un millón de dólares y que habría de enfrentar la decisión de la eutanasia. Me encantó.

En Gran Torino, ese mismo viejillo chirrisco interpreta a Walt Kowalski, un veterano de la Guerra de Corea y mecánico jubilado amargado, racista, grosero y mal encarado que se hace amigo de una familia de inmigrantes vietnamitas en un barrio plagado de delincuentazos.

Habría muchísimas cosas qué decir de la película. Qué es divertida, que es dura, que tiene mucho humor negro. Podría decir mil maravillas. Basta con decir que es de lo mejor que he visto últimamente. Clint Eastwood es un genio.

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