Credo

Platicando el otro día con un cliente, comenzamos casi sin querer a hablar de un tema que me choca: política. Resulta que le dije que yo no creo en los políticos, que me chocan, entonces él me preguntó en qué creía. De momento no pude contestarle, le dije que en muchas cosas, pero para evitarme circunstancias similares, me puse a escribir mi CREDO. He aquí las cosas en las que creo, faltan algunas, pero estas son las más importantes.
CREDO
Creo en la LIBERTAD, pero no como facultad, como valor ni como derecho, sino como la simple posibilidad de equivocarme todas las veces que quiera. Ser libre no es poder soñar en lo que quieras, sino tener la oportunidad de tomar el camino que decidas para conseguirlo. Muchas veces me he topado con hombres buenos que me ofrecen su apoyo moral y financiero para que cambie de vida, a cambio simplemente de que haga sólo para ellos lo que hoy hago para muchos, ¿Saben por qué sigo en el oficio? Porque creo en la libertad, yo rento ratos, pero no me vendo.

Creo en el AMOR, porque lo he sentido y lo he sufrido. Porque en este corazón han latido los pulsos venenosos de una carne anhelada. Porque lo he tenido y, como a las golondrinas, lo he dejado ir, segura de su regreso. Porque hay rincones en mi cama que extrañan su abrazo quieto y preguntan por él. Porque amar es un impulso que nos hace y nos da vida.

Creo en la AMISTAD, por que es el sentimiento desinteresado por excelencia. Porque la amistad fluye y es la que nos da energía. Creo en la amistad porque me he dado cuenta de que es el único impulso infinito. Energía que se va haciendo más grande cada que se tiende una mano o se fabrica un recuerdo. Porque a los amigos, como a los amores, se les escoge de entre un mundo de prospectos.

Creo en la DIVERSIDAD, porque fui formada por la vida para ir respetando a todos. Somos hombres y mujeres que solamente debemos distinguirnos por lo que hay nuestros corazones. Yo vivo en un mundo en el que la raza, el sexo, la religión, las preferencias sexuales, la condición económica ni cualquier otra cosa, nos hacen diferentes. Que viva la diferencia porque es lo que le pone sal y pimienta a la vida.

Creo en la MUERTE, por que es la única mujer realmente fiel. La que no te olvida nunca y tiene apuntada desde el principio la cita que ha de tener contigo. Bien decía una amiga que de las únicas cosas de las que nadie se salva es de los cuernos y de la muerte. Pero creo en ella, sobre todo, porque sé que solamente cuando te vas es que realmente comienza la vida.

Creo en los PRESERVATIVOS, porque me toco nacer en un mundo convulsionado por una peste artera. Porque amar y ser responsable es una ecuación que le ha costado a la humanidad mucha sangre aprender. Porque vivir es un milagro y un regalo que no podemos entregar sin dar la lucha, porque la responsabilidad es la mejor manera de cuidarnos todos y porque un condón sigue siendo la mejor vacuna contra el SlDA.

Creo en la PALABRA. Sólo el verbo nos acerca. Con sus ventajas y quebrantos, la palabra es la que nos hace humanos, la posibilidad de que hoy esté aquí, escribiendo estas locuras con la esperanza de que tú, sin saber siquiera quien eres, las leas y te digan algo, es la más sorprendente de las magias. Creo en la palabra porque he visto que cuando nos vamos y las luces de quienes nos conocieron se va extinguiendo, lo único que al final queda, si lo dijimos suficientemente fuerte, son nuestras palabras.

Creo en la ALEGRIA. Al mundo vinimos para sonreír, todo lo que hacemos entre sonrisa y sonrisa es una pérdida de tempo. Yo vivo para ser feliz y ese es el trabajo y destino que debemos tener todos en el mundo. La alegría es una sensación cuya intensidad puede en algunos casos levantarte del piso y llevarte a donde quieras. La inercia que hace girar al mundo es sin duda su alegría.

Creo en el CUERPO porque es nuestro empaque. Porque nada es más halagador que gustar y que quien pose en ti sus ojos disfrute lo que esta viendo. Porque pocas cosas templan tanto la autoestima como el placer de sentirse bien con una misma, de reconciliarse con el espejo, aunque en semejante conciliación haya mediado el bisturí de un cirujano.

Creo en el SEXO, porque es la mejor expresión de la energía. Porque es una actividad intensa y quemadora de calorías que todo mundo debería practicar cuando menos tres veces al día, pero sobre todo, porque siempre he pensado que otra cosa pasaría en este mundo si mas gente dejara de hacerse la guerra y comenzara a hacerse el amor.

Creo en el TRABAJO porque es lo que hace que lo que te comas sepa riquísimo. No hay mejor condimento que el saber que compraste tu alimento con el dinero que te ganaste. Les parecerá extraña esta declaración viniendo de alguien que tiene por oficio la llamada vida fácil, la que muchos considerarían todo menos un trabajo, pero el que no haya sindicato ni coticemos al seguro no lo hace menos completo, y quien diga lo contrario le pido que lo haga después de acostarse un día con varios desconocidos, aunque todos sean encantadores.

Creo en el DESTINO, porque a cada vuelta de rueda, cada que doblo una esquina, en cada habitación, me espera algo o alguien que a veces parece que me ha estado esperando allí desde siempre. No hay casualidades.

Creo en la PACIENCIA, porque todo llega si sabes esperarlo. Porque los más ricos platos son los que a fuego lento se cocinan. Porque cuando llega lo que has sabido preparar y aguardar, es cuando se esta lista para aprovecharlo.

Creo en la INTELIGENCIA, porque es la que nos hace libres.

Creo en MÍ, porque me quiero mucho.
De corazón
Fernanda, siempre
fernanda@fernandasiempre.com.mx

Sexo en tiempos de lluvia

Ahora que llueve, me vino a la memoria lo que me pasó un día, cuando comenzaba en este negocio de los encuentros de ocasión por Internet. Haz de imaginar la cantidad de llamadas que recibo al día, pues imagínate ahora el tipo de cosas que me dicen. Hay desde la llamada seria, la de un cliente que de verdad quiere ponerse de acuerdo conmigo, hasta la llamada urgente de un adolescente con ganas de chaquetearse escuchando mi voz. Me llaman hombres de todas las edades, colores, razas y religiones, bueno, hasta mujeres llegan a hacer llamadas. Preguntan de todo: que si lo haces por aquí, que si lo haces por allá, que si te disfrazas de esto o de aquello, que si atiendes parejas, que si te gusta tal cosa, que cómo tengo equis parte del cuerpo, que si vas a tal o cual lugar, que cuánto cobras por no sé que cosa. Tienes que tener mucha paciencia y entender que no existe la pregunta imposible. Cuando estaba empezando, algunas llamadas lograban sorprenderme. En esos ajetreos me pasó algo muy gracioso. Un día me habló un señor que me preguntó sí hacía fantasías. Yo le comenté que sí, pensando en que pediría algún disfraz, una posición o algo tipo lesbico, que es lo más socorrido, pero cuando fue más específico y me preguntó sí hacía “lluvias” me quedé con cara de júat. Yo no tenía ni la más reputísima idea de lo que eso significaba, de modo que, supongo, mi voz comenzó a sonar vacilante, lo creo así porque el cuate se adelantó a decirme que me ofrecía doble pago si me animaba a darle ese servicio. Lluvia, pensé, no puede ser gran cosa, un poco de efectos especiales y es muy buena lanita extra por un servicio de una hora. Quedemos de acuerdo en algunos detalles y confirmamos la cita para la tarde del día siguiente. Después de ir al gym pasé a comprar una bolsita de brillantina azul, guardé en mi mochila mi trajecito de colegiala y me fui al hotel acordado. Era el Gran Sol. Entré, nos saludamos y yo bien mona fui a cambiarme al baño. Cuál habrá sido mi sorpresa cuando al salir vestida de niña bonita, con mi trajecito de recién salida de la escuela de monjas y aventando la brillantina para que pareciera que estaba lloviendo, que el cuate se me quedaba viendo con cara de “¿qué pedo con esta loca?”. No sé quién de los dos habremos puesto mayor cara de confusión, pero fue él quien se animó a parar el ridículo preguntándome “¿Qué haces?”

No imaginas el tamaño de la carcajada de güey este cuando le contesté que esa era la lluvia que había pedido. Yo casi me guacareo cuando me explicó que lo que pretendía era que nos bañáramos en otros liquiditos amarillos que salen del cuerpo. Digo, cada quien sus gustos, pero yo jamás en la vida me mearía encima de alguien y ni muerta dejaría que me dieran semejante refrescada. Ahora, cada que me acuerdo de mi osote me cago de risa, pero ya supondrás lo apenada e incomoda que estaba con el tipo este. Quería salir corriendo. Lo bueno es que de pronto el asunto nos dio a los dos tanta risa y quedó tan claro que lo que él deseaba no estaba en el catálogo de mis servicios, que continuamos con la cita. El pago quedó en 3 mil pesos y la experiencia me sirvió para siempre. Esas cosas ya no me pasan.

¿Quieres asustarte? En esto de los gustos sexuales, hay de todo en la viña del señor. Con el asunto este en la conciencia, tuve que informarme del tema, pensando en no volver a vivir otra vergüenza como la que pasé con el meón. Tuve que estudiarme mi prontuario básico, mira nada más para que te des una idea: Nada más en puros gentilicios tienes tela de donde cortar: al sexo en grupo no nada más es orgía, también le dicen romano, sueco o gang bang; francés es simple y llanamente sexo oral; le dicen ruso a un masaje en el chiquito y griego al sexo por ese mismo agujerito, si te gusta hacerlo amarrado o amarrando a tu pareja se llama turco, si el hombre se pone boca arriba y yo lo cabalgo, estoy haciendo lo que le dicen árabe, Se llama sajón cuando una tiene que apretar el pisipiote para retrasar la eyaculación. A coger en el suelo o sobre almohadas se le llama japonés; fllorentino es cuando la chava le baja el cuello de tortuga al aparato, eso claro, sólo si no lo tiene circuncidado. Masturbar a un cuate con las tetas le dicen cubana y tailandés es cuando con los pechos les masajeas todo el cuerpo. Napolitano le dicen al sexo entre hombres y si piden un masaje hawaiano debes recorrer con los dedos el cuerpo de tu pareja y terminar masturbándolo.

No te creas, ahora sí que estoy bien informada. Estos asuntos de los gustos de alcoba tienen sus nombres y hay muy variados: Voyerista es al que le gusta mirar a otros en actos sexuales, exhibicionista es al que le gusta que lo vean, pedofilo, el que lo hace con niñas o niños, zoofilico, al que mientras sea hoyo no le importa que sea de pollo, necrófilo al que le gusta tirarse cadáveres, hay necrófilos versión light, que son los que solamente les gusta que su pareja simule estar muerta. Sádico es al que le satisface producir dolor en su pareja, masoquista es al que le gusta experimentarlo. Fetiche es cualquier objeto o parte del cuerpo que le produce una excitación especial al fetichista, urofilia, es el gusto por la orina que tiene mi cliente frustrado, coprofilia es, digamos, el gusto por otros desechos del cuerpo, froteurista es el que se excita con sólo tocarte, los hipoxifílicos son los que para tener un orgasmo hacen como que se ahorcan o se provocan asfixia. Gerontofilico es al que le gusta hacerlo con viejitos. Al acrotomofilico, le excitan las amputaciones, a quien vive agalmatofilia lo calientan las estatuas. Hay también a los que les gusta imaginarse muerto, que lo traten como bebé, a los que les entusiasman las telas, quienes solamente se estimulan haciendo llamadas telefónicas, los que adoran los tatuajes. Hay a quienes les gusta de manera particular ver, oler, tocar, morder, lamer. Hay cosas rarísimas: La formicofilia, por ejemplo, es la excitación por el contacto con hormigas. De cualquier forma, la que a mí más me conviene que tengan mis clientes es la crematistofilia, donde el pagar por tener sexo es la base para que el orgasmo pueda suceder. Hay otras palabras que tienes que aprender si no quieres llevarte sorpresas como la mía. Las que todo mundo conoce: 69 es cuando ambos se practican sexo oral simultáneamente, a una mamada, le pueden decir también garganta profunda, blow job o living head, no faltará también el nacote te diga que te bajes por los chescos. Cum shot, facial u oral terminado, es cuando la mamada termina con una eyaculación sobre tu cara o boca; trío, dúplex o menaje á tríos es una relación sexual entre un hombre y dos mujeres. Esos son los que todo mundo conoce y la mayoría practica sin mayor pedo, luego vienen los gustitos raros: Primero está el mundo de los swingers, esos son los que intercambian parejas, swapping, es intercambiarlas durante el acto sexual; ticket es una chica que se lleva a una fiesta swinger, para que dejen entrar al hombre; una “fluffer” es una mujer cuya chambita nomás es pararle el pito a un tipo para que penetre a otra mujer. Después están los gustos un poquito más raros, por lo que algunos les llaman bizarros: a la lluvia de mis calamidades, también le dicen pissing, golden showers o water sports; Lluvia marrón, scat o brown rain, es algo tan asqueroso no quiero ni recordar lo que significa, un beso negro es chuparle el ano a alguien; Rimming es la penetración del ano con la lengua. Bondage son actos de dominación, una onda sado-masoquista con insultos, máscaras de látex, castigos corporales y todo eso; el bondage es muy versátil y tiene palabrejas que también hay que entender, por ejemplo, belting es el uso de una correa para disciplinar a la mujer durante el acto sexual, spanking significa golpear a la mujer en las nalgas, puede ser con la mano, látigos, tablas o lo que sea; fist fucking es, así como lo oyes, meterle el puño completo a una persona, ya sea por la vagina o el ano. Catfighting es una lucha entre mujeres. Doble penetración o sándwich es, por lo general, la penetración simultánea de ano y vagina. Enema es una lavativa en el ano, dildo o consolador, es un pene artificial, buttplug es un objeto de látex que se mete por el culo y pendejada, es llevar brillantina a un hotel cuando el cliente te pide una lluvia.

Con amorFernanda, siempre
fernanda@fernandasiempre.com.mx

(Publicado en el Periódico METRO el 12 de junio de 2007)

Una ciudad demasiado grande

Creo que una ciudad es demasiado grande cuando quienes la habitamos nos volvemos absolutamente indolentes. Hoy me pasó algo muy raro. Iba saliendo de un hotel en avenida Patriotismo. Había estado con un cliente muy simpático y me disponía a darme una vuelta por la cama de bronceado. De pronto atraviesa caminando, delante de mí una hermosa mujer. Veintitantos años, alta, delgada, la piel muy blanca, el cabello largo y de un negro tan intenso como el carbón. Tenía unos enormes ojos negros, tan sublimes como expresivos, que eran inundados por un mar de lágrimas. Lloraba tan descarada y desconsoladamente que no podía pasar desapercibida. Caminaba muy despacio, como arrastrando unos pasos que se negaban a avanzar.

Lo increíble es que ese drama pasaba en una avenida pletórica de gente. Muchísimos peatones pasaban de lado, mirando con morbo o esquivando la visión, pero sin modificar el ritmo de su andar. Los automovilistas, estacionados en ese infierno diario del tráfico, volteaban a verla con discreción pero se escondían tras sus ventanillas o en el ruido de sus estéreos. Me sorprendió que nadie le tendiera una mano. Apagué mi coche, salí de él y la alcancé. Como no supe que decirle le di un abrazo muy apretado. La chica soltó un llanto amplio y se abrazó de mí con firmeza por unos segundos. Se enjugó los ojos y me sonrió, como un gesto de agradecimiento. Le pregunté sí podía llevarla algún lado, pero ella se limitó a sonreír de nuevo, paró un taxi y desapareció lentamente en el tráfico vespertino de esta ciudad demasiado grande.

Besos
Fernanda, siempre

fernanda@fernandasiempre.com.mx

Publicado originalmente el 12 de junio de 2007

Crónica de una cita

Aunque cada encuentro es diferente, casi todos se parecen. Hay quienes piensan que una cita comienza en el momento en que una toca la puerta de la habitación y ésta se abre. Yo sé que eso no es cierto. Una cita, invariablemente, comienza con una llamada. Poniéndonos de acuerdo, confirmando lugar y hora. Esto, en promedio, ocurre dos o tres horas antes del horario convenido, en menos tiempo siempre me ha costado un trabajo infinito organizarme.

Al colgar el celular comienza un ritual de alistamiento. De hecho, la primera vez que el cliente me hace desnudarme no es frente a él sino en mi casa, no me gusta ir a una cita sin darme una ducha rápida seguida del protocolo cosmético.

Una amiga me dijo, cuando empezaba en este rollo de anunciarme en Internet, que una de las cosas más importantes para un cliente cibernético es que una sea tal cual la vieron en su computadora. Obvio, para el estudio fotográfico una va lo más arregladita posible y el aspecto que ofrecemos en buena medida depende del uso correcto del maquillaje. El boleto cuando trabajas es arreglarte para que tu cuerpo, rostro y cabello se vean tal y como se ven en tu anuncio, hacerlo requiere tomarse un tiempo y llevar un ritmo.

Yo tengo un espejo de cuerpo entero (que en mi caso no es gran mérito, pues mido 1 metro 55) junto al cual se despliegan como charola de cirujano todos mis instrumentos: Base, cremas, polvos, lápices, pinceles, labiales, delineadores, pinzas, rizadores, perfumes, cepillos y demás utensilios de camuflaje. Con precisión aprendida aplico frente al espejo cada una de las decoraciones necesarias, para luego escoger de mi armario las prendas que, sin vulgaridades ni prototipos, sean capaces de estimular al cliente que aguarda en un cuarto de hotel y que probablemente mientras espera, desespera. La tirada es cubrir sus expectativas. Una vez que siento que todo está listo, reviso que el en bolso lleve cuando menos el kit inexcusable (teléfono, condones, lubricante y lipstick) y me lanzo sola a la aventura.

Al salir de casa, viene la parte más aburrida, treparse al coche y manejar hasta el punto de encuentro. Supongamos que es en la habitual y dominada zona de Patriotismo y Revolución. Entonces habrá que tomar circuito interior y, a vuelta de rueda, avanzar fumándose el smog de la ciudad y escuchando a todo volumen cualquier CD capaz de abstraerte del diario congestionamiento. Dependiendo de la marcha, manifestación, tormenta o accidente del día, salvas el tráfico y, más tarde que temprano, llegas a la zona turística (digo turística, por tanto hotel que hay por ahí) y das con el lugar de las pasiones de arancel. Estacionas el carro y caminas a la recepción.

Pasas directo a la recepción. No saludas ni entras en confianzas innecesarias con nadie, pero como se trata de gente a la que ves seguido y quién sabe si un día necesites, tienes que equilibrar la amabilidad con la distancia. Te anuncias y esperas la confirmación. Yo tengo una amiga y un amigo muy queridos, me ayudan mucho para organizar mi vida. Alguno de ellos siempre está al tanto del lugar al que voy y más o menos por cuanto tiempo estaré ahí. Lo hago para que sepan donde empezar a buscar en caso de cualquier contingencia, por eso, después de la autorización para subir le marco o le envío un mensaje de texto al que esté disponible de los dos informándole que estoy por entrar al cuarto.

El ascensor es el momento para una última retocada. Labios, cabello, aliento fresco… Ya frente a la puerta dibujas en el rostro una sonrisa y tocas suavemente, sin prisas.

Cuando la puerta se abre, saludas al cliente con un discreto beso en los labios. Pensarás que es mentira, pero después de todo el borlote previo, hasta que das ese beso él siente que la cita está comenzando…

Si quieren saber lo que pasa entonces, la parte cachonda en la crónica de una cita, tendrán que esperar a que lo publique en un libro, porque si esto es revelador, imaginen lo que es una vez que me encuentro a solas con ustedes y los fuegos artificiales comienzan a encenderse…

Les dejo un besoFernanda, siempre
fernanda@fernandasiempre.com.mx

(Publicado en el Periódico METRO el 7de junio de 2007)

Metro

Ha sido encantadoramente aterrador. La primera vez que vi mi foto y mis textos publicados en METRO, mi corazoncito comenzó a destartalarse y pulsar tan de prisa que tuve que contenerlo para evitar que se detuviera o que, de plano, se escapara del pecho.

Las muestras de cariño y el apapacho recibido por ustedes, quienes han tenido la amabilidad de leer mis tonterías me ha llenado de gusto y alegra mis días. Cuando una empieza en este negocio sin más futuro que la incertidumbre, jamás imagina que algunas cosas puedan pasar que te vayan llevando por caminos tan distintos e inexplicables.

Muchas gracias a la gente de METRO que volteó a ver a esta dicharachera e irreverente pugilista de petates para convertirla en parte, la más modesta, de su equipo de escribidores.
Muchas gracias a ustedes que me están leyendo.

De todo corazón
Fernanda

fernanda@fernandasiempre.com.mx

Publicado originalmente el 7 de junio de 2007

El Naco

Queridos amigos, toda mujer tiene un episodio en su historia del que no se siente orgullosa, una metida de pata, similar o conexa. Imagínense ahora el tipo de episodios que hay en la historia de una profesional del sexo. No tengo broncas existenciales ni me arrepiento de nada que haya hecho, pero tengo en mi historial uno que otro espécimen que al menos no me hacen enorgullecerme de con quién lo he hecho. Pecando de indiscreta, pero sin daños a terceros, les voy a contar la historia de lo que me sucedió ayer.

Resulta que me divertí mucho con un cliente que me llamó como a eso de las ocho de la noche y al que vi a las nueve y media. Algo oí en la llamada que se antojaba entre lo simpático y lo vernáculo. Dejémoslo en que era un auténtico y legítimo “naco”. No me refiero a un término medio ni a alegorías, sino a un puro y completo naco, de esos que sólo se ven en películas de Luis de Alba o de Pedro Weber Chatanuga. Pero no se confundan, no lo digo como crítica ni con prejuicios, no uso el adjetivo para denostar o como peyorativo. A mí me encanta la gente auténtica, me fascina lo mexicano y soy valedora del orgullo chilango.

Como mujer, me encantan los hombres de color entre bermellón y purpúreo, con la piel del genuino mexica, los modales de tlacuache y el canto en la voz como de Pedrito Infante hablándole a su chorriada. Me gustan tanto que en mis peores momentos, hasta viví con uno (De veras que no tengo remedio).A mi naco lo conocí hace muchísimos años: cuatro (en este negocio cuatro años son una vida). Llevaba poco tiempo en trabajando en internet y “mi naco” me pareció el caballero tlaxcalteca que necesitaba para conquistar la gran Tenochtitlán. Le decían “el Bimbo”. No sé por qué, si más bien parecía chocorrol y esos son de Marinela. No era un tipo común. Su ordinariez era tan completa que verdaderamente resultaba encantadora, el modo holgazán que tenía de caminar echando el bulto pa’lante y la simpleza con que inventaba palabras tejidas en lo burdo del barrio, lo hacían digno de decorar el escaparate de una tienda de artesanías. ¡Llévelo marchantita, está hecho a mano, dos por un peso! Era un cabrón que sentía que las podía todas y así las repartía. Andaba por el mundo con donaire de guerrero chichimeca. Un machín con los güevos bien plantados, ojete de entre los ojetes y “bendecido” entre las mujeres (como él decía). Neta que nomás le faltaba el “tururú…” para ser Juan Camaney.

Seguramente para algún antropólogo el cabrón sería un caso fascinante, aunque a veces pienso que habría sido más adecuado para un reportaje del Nacional Geographic o de Animal Planet. El caso es que el canijo se me presentó como rey del barrio y emperador de la urbe, puso a mis pies los doce barrios chilangos en un par de monólogos atestados de “manita”, “güerita”, “mi reina”, “chanbiar”, “el talón”, “la chota” y otras tantas palabras comunes de ese español alternativo, me convenció de que sólo con él podría conquistar la ciudad de los palacios y yo, dieciochoañera y con ganas de creerle todo, le compré la idea. Su estilo todopoderoso de mafiosillo de la colonia Roma y su porte de tlatoani me tenían absolutamente enculada.

Algo en mi cabeza (un puto Pepe Grillo al que pocas veces hago caso), me gritaba ¡Cuidado! Mira que no es lo mismo decir “ira” que “mira”, ese mazehual y tú están condenados a hacer corto circuito, son agua y aceite. Pero hay de mi que autocomplaciente me dije: “Fernandina, Fernandina, pues ya de puta andas, ya nada más te falta tener “your own fucking pimp” y que le doy el sí. Al principio todo estaba a toda madre, pues éramos una maravilla. Él, con todo y su simpleza, o quizá debido a ella, tenía una personalidad seductora y salir a su lado era como andar por el mundo escoltada por un doberman con rabia.

Desafortunadamente, eso que era su encanto resultó también ser su perdición. Aunque con él me enseñé a entender y revirar albures, a andar por el barrio bravo, la verdad es que había mucha distancia en nuestras formas de comportarnos, de hablar, de ver el mundo. Él de pronto no aguantaba el peso del código postal. Le chocaba oírme hablar, verme relacionándome, conocer a algunas de mis amistades. Como que empezó a sentir que si nos jalaban de la piel de entre el cuello y la espalda él pegaría un chillido y a mí me podrían levantar sin sentir dolor alguno, lo que le provocó un complejo que lo convirtió en pesadilla.

Un día comenzó a gritarme y yo le grité más fuerte, otro día los gritos se volvían escupitajos y le puse un ultimátum… al final se le ocurrió hablarme como a sus queridas del viejo barrio, pero mi estimado garañón no contó con que no todas somos Cuatlicues del siglo XXI ni permitimos tratos desconsiderados, así que cuando gritó “¡A la verga!” por primera vez, simplemente le advertí, pero cuando escuché por cuarta vez ese grito de “¡A la verga!” le dije sonriendo y con mis ojos clavados en los suyos: “Querido, si tanto te gusta traer la verga en la boca, te voy a recomendar que trabajes conmigo, pero a donde todo esto se va a la de ya es a la chingada”.

Desde entonces no lo he vuelto a ver, ni tengo el menor deseo de hacerlo, pero debo reconocer que el compadre que ayer amablemente solicitó mis servicios tuvo un instante en el que me recordó aquel loco episodio de mi vida y, superado, me robó una sonrisa. El cliente era, según me dijo, un comerciante del barrio bravo de Tepito. Un muchacho de veintimuchos o treintaipocos con lana y ganas de echar desmadre que decidió darse un gusto. Me encantó encontrarlo recién bañadito, bien vestido, fuerte, airoso, altanero, casi guapo, hasta que su sugestiva sonrisa se convirtió en voz y me dijo “jai man’ta, pz si tú eres “la Ferrr..”

Ay nomás me perdí en el recuerdo, me divertí en sus brazos y decidí que tenía que contarles lo más negro de mi pasado…

Con cariñoFernanda, siempre
fernanda@fernandasiempre.com.mx

(Publicado en el Periódico METRO el 5 de junio de 2007)

La historia de cómo me hice escort

Soy mexicana, alegre, relajada y de una familia tan normal o tan loca como muchas. Crecí al sur de la Ciudad de México, en una colonia de esas de clase media pa’ arriba. Estudié en buenos colegios y digamos que estuve rodeada de esos parásitos que se llaman a sí mismos “gente bien”. Viví una infancia agradable, durante la cual nada me hizo falta. En 2002, cuando tenía 18 años, comencé a trabajar de escort anunciándome en Internet.Una no nace profesional, pero lo puta es algo que se lleva dentro. Yo nací con esa vocación. Mi primera relación sexual fue a los catorce, con un tipo casado y que me doblaba en años (y en otras cosas). Fui su amante por un tiempo y mantuve con él las más libertinas relaciones que a esa edad podían vivirse.Pero en este país, la fortuna puede ser sólo una suave línea que separa la farsa de la realidad. A estas alturas no sé si mi papá murió porque nos quedamos en la calle o si nos quedamos en la calle porque mi papá murió, el caso es que de la noche a la mañana pasé de ser una niña consentida a indigente. De pronto me arrebataron todo lo mío y mi mamá comenzó a dar clases de inglés por unos cuantos pesos que no alcanzaban ni para pagar los gastos de la casa. Y no es que me tire de a mártir, porque de entre los muchos papeles que podré jugar en la vida, creo que ese es el que menos me queda. Simplemente son cosas que pasan; pero se siente de la fregada cambiar tan de repente el ritmo de vida.

Lo fuimos perdiendo todo poco a poco. Yo, que siempre había disfrutado tanto los obsequios de la buena vida, tuve que hacerme de un trabajo miserable. Conseguí con un cuate, previa entrega de las nalguitas, una chamba mal pagada como instructora de spin. Toda la vida he hecho ese ejercicio y estoy capacitada de sobra para conducir un grupo. Pronto tuve a mi cargo a varios grupos de viejas regordetas, muchachas anoréxicas, algunas muñequitas fresas y uno que otro maricón.

A la sesión de las 11 de la mañana venía una chica argentina. De unos treinta y pocos añitos, rubia, delgada y de grandes ojos azules. Magnífico cuerpo y bello rostro. Me cagaba verla llegar todos los días con diferentes pants (siempre de marca) y salir vestida del spin como muñeca. Tenía un porte estupendo y arrogante. Casi no hablaba con nadie. Yo estaba segura de que se trataba de una tipa fresa (digo, importadas y todo, pero donde quiera hay niñas fresas) mujercita de un marido rico que le mantenía su holgazanería. Me daban unas ganas locas de ser ella.

Después de todo y pese a lo que cualquiera supondría, la argentina resultó simpática y de repente nos hicimos amigas. Se llamaba Paty y vivía en la colonia Roma, a unas cuantas calles del spin, pero supe a qué se dedicaba sólo después de haberle contado las calamidades que estaba viviendo.Es fácil, me dijo, se gana mucha plata, sólo es cosa de tomarla con calma y podés salir de apuros.

Puedo decir que antes de eso la idea ni siquiera había pasado por mi cabeza. Es más, hasta puedo afirmar que me ofendí. En cualquier caso estaría mintiendo. He llegado a pensar que todas las mujeres en algún momento de la vida soñamos con la idea de tener sexo por dinero. La diferencia es que lo que para la mayoría es sólo fantasía, habemos algunas que lo llevamos a la práctica. Ganándonos, desde luego, la envidia y el rencor de aquellas que nunca se atrevieron.
Después de todo, pensé, ya había conseguido muchas cosas a lo largo de mi vida poniendo a mis nalgas como intermediarias, siempre con magníficos resultados, pero sin duda inferiores a los que podría obtener tasándoles un arancel razonable.

También mentiría si les digo que fue fácil. Parece sencillo, ponerle precio al cuerpo como si se tratara de etiquetar papas en el supermercado, pero siempre es difícil hacerse a la idea de que le estás poniendo un importe a tu intimidad. Estoy de acuerdo con que la virginidad, el pudor y la sexualidad están sobrevaluadas, pero siempre pesa la duda sobre hasta dónde llega lo que entregas.

Luego vienen dos obstáculos a salvar: el miedo y el asco. Siempre se corren riesgos en la vida, pero llegar a un cuarto de hotel a buscar un hombre solo, al que nunca antes has visto, sin más protección que tu buena suerte y muchos condones, no es la mejor idea de seguridad para una muchacha medio fresa y con apenas 18 abriles encima (menos en una ciudad como ésta); y la idea de encontrar tras la puerta un hombre sucio y repugnante al cual tengas que abrirle la piernas y el alma para atenderlo, no es precisamente la imagen de una velada romántica.
Pero cuando existe vocación, esas cosas se superan sin mayor problema. Claro, creo que como los artistas, que dicen que siempre sienten los mismos nervios antes de entrar al escenario, nosotras también, antes de tocar a la puerta regresa un poco de ese miedo y ese asco que dan la incertidumbre, pero invariablemente el temple te permite salir airosa de cada encuentro.

Mi anuncio con fotografía apareció en Internet más o menos una semana después de mi charla con Paty, ella me ayudó tomando aquellas fotos. Esa tarde comencé a atender llamadas.
Cuando se es propensa natural a las artes de la putería, una se hace experta de la noche a la mañana. Es como un don. Es muy sencillo. Los hombres no quieren simplemente gozar. La fantasía, la madre de todas las quimeras masculinas es, para sorpresa de cualquiera, que la mujer con quien comparten goce. Creo que es el único acto realmente generoso de su sexo. Para que un hombre disfrute realmente de una relación por la cual pagó no es suficiente que tenga el más impresionante de sus orgasmos; es necesario que esté seguro de que su pareja también lo disfrutó.

En este oficio aprendemos a conocer los ritmos y las reacciones de nuestros clientes. Si un hombre quiere que lo hagamos sentir poderoso, se va creyendo que es dios. Si un cliente espera sentirse amado, aquí encuentra unos pechos donde guarecerse, si lo que quiere es sólo sexo, acá está esta piel que en cada centímetro se entrega con la única intención de complacer.

A primer cliente lo atendí en el Hotel Revolución. Era mayor de treinta pero menor de treinta y cinco. Entre sus brazos, desde aquella primera vez, aprendí muchos de los secretos del oficio. Cruzar esa puerta fue el paso más difícil que he dado; dejarla abierta como un buen modo para subsistir y recrearme mejoró mi vida. Después de todo, somos un bien necesario. Somos la promesa de que todo es posible. Más que cuerpos tibios con tacones, faldas cortas y escotes, supe que me había convertido en una tregua. Ese tiempo y ese espacio donde un hombre podría abandonarse a su fantasía. Comprendí, entonces, lo que era ser y sentirse mujer, en toda la extensión de la palabra.

Les mando un besoFernanda, siempre
fernanda@fernandasiempre.com.mx

(Publicado en el Periódico METRO el 31 de mayo de 2007)