Estoy en CANCÚN

Queidos amigos, por fin. El sábado me vine pa' Cancún. Ya estoy acá y estaré chambeando por si hay acá algún playerito o vacacionista que guste darse el gusto, je je je, pos acá toy...

Besitos.
MI TELÉFONO EN CANCÚN ES: 044 99 8192 8117

Hoy amanecí nostálgica y...

Hoy amanecí nostálgica. De esos días en que dan ganas de quedarse debajo de las cobijas hasta que ya me duelan los riñones de tanto estar acostada. Me he dado cuenta de que, al menos para mí, la cama es el lugar en el que disfruto tres de los más ricos placeres: hacer el amor, soñar y tirar la hueva, la cosa es que siempre hay algo que termina por obligarme a salir de las cobijas, pisar el suelo frío, y comenzar el día. Hoy me levanté víctima del incontenible impulso de hacer pipí.

Caminé de regreso a la cama vi mi computadora abierta sobre la mesa y decidí jalarla para ponerme a ver qué onda acá con el blog, siempre me alegra leer las cosas que me ponen y todo lo que me dicen, realmente me he acostumbrado mucho a disfrutar de este espacio como un confesionario chido. Aunque a veces no sé ni que poner (se nota).

El caso es que hoy tengo muchas ganas de hacer el amor, no por trabajo sino por el puro gusto de hacerlo. Tengo ganas de que alguien entre a mi cuarto, se meta aquí conmigo, me calle a besos y cierre la computadora. Que bese mis senos, que me levante, que me haga suya, sin que yo meta las manos ni me mueva. Dejarlo hacer lo que quiera con mi cuerpo sin meter ni las manitas. Dejarlo besarme, acariciarme, penetrarme... Hoy amanecí nostálgica y con muchas ganas de hacer el amor.

Fragmento

Todo comenzó, incluso esta afición mía por contar historias cualquiera, en casa de mi abuela. Ella tenía un talento nato para tenernos a todos alrededor oyéndola contar las más increíbles historias, de las cuales, las que mejor le salían eran las de espantos, Desde luego, siempre aseguró que se trataba de anécdotas, todas reales.
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La verdad no le creía del todo, yo pensaba que era una treta para ponerle más emoción a lo que contaba, hasta el día en que vi -con mis propios ojos- como ella, siempre tan fuerte, palideció y su piel se encrespó con el silbido de una flauta de Pan con la que un hombre en bicicleta soplaba la melodía que anuncia su paso en busca de navajas embotadas. Era un simple afilador, pero por la reacción de mi abuela parecía que era el sonido de la trompeta del Apocalipsis.
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Entonces me contó -cómo sólo ella sabía hacerlo- de una tarde en que estaba con su madre (mi bisabuela) y una tía a la que quería mucho. Estaban en la sala viendo pasar la vida cuando escucharon a lo lejos el llamado tímido que anunciaba calles atrás que venía aquel hombre con su flauta y su rueda de afilar y, como era costumbre, corrieron a buscar cuchillos en la cocina y tijeras en el costurero. Me contó mi abuela que su tía salió corriendo empuñando el enorme cuchillo con que destazaban a los pollos, cuando un mal paso la hizo irse de bruces y caer justo sobre la filosa navaja que llevaba en las manos. Dice mi abuela que por mucho tiempo no pudo quitarse de la cabeza la imagen de ese cráneo atravesado por una hoja plateada con un hilo, casi humeante, de sangre colorada. Me contó también entonces y con los ojos perdidos en ningún lado, que desde esa tarde cada que escuchaba una flauta anunciando la llegada de un afilador, la tía se aparecía. Poco después pude corroborar que, al menos la historia de una tía de otro tiempo que había muerto en esas condiciones, era completamente cierta.
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De cualquier modo y a pesar de la franqueza de sus palabras, sus reacciones y las verdades comprobadas, yo habría creído que ésta podía ser también una de las historias que adereza con detalles falsos y asombrosos para hacerlas más emocionantes, a no ser porque todo eso me lo contó mi abuelita frente a frente, casi dos años después de que la habíamos enterrado.
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(Fragmento de la columna publicada
en Metro el pasado 6 de novirmbre)

Me llegó por correo...

En un avión...

-¿Cuál es el problema señora- Pregunta la azafata.

- ¿Es que no lo ve? - Responde la dama - Me colocaron junto a un indígena. No soporto estar lado de uno de estos seres repugnantes. ¿no tiene otro asiento?

-Por favor, cálmese- dice la azafata -Casi todos los asientos están ocupados. Voy a ver si hay un lugar disponible.-

La azafata se aleja y vuelve de nuevo algunos minutos más tarde:

- Señora, como yo pensaba, no hay ya ningún lugar libre en la clase económica. Hablé con el comandante y me confirmó que no hay más sitios disponibles aquí, no obstante, tenemos aún un lugar en primera clase. Es del todo inusual permitir a una persona de la clase económica sentarse en primera clase. Pero, vistas las circunstancias, el comandante encuentra que sería escandaloso obligar a alguien a sentarse junto a una persona tan repugnante.

Antes de que la dama pueda hacer el menor comentario, la azafata dirigiéndose al indígena, le dice:

- Si el Señor lo desea, tome su equipaje de mano, ya que un asiento en primera clase le espera.

Quien discrimina insulta a quien es discrimidado, pero sin duda quien hace el ridículo y se insulta más a sí mismo es quien lo hace...

Anabel Ochoa


A veces, a media noche, manejando por la ciudad una voz grave pero indudablemente femenina con un inconfundible acento español pero una jerga encantadoramente mexicanizada comenzaba a decir y decir toda clase de consejos y recomendaciones serias pero no menos divertidas de las diferentes formas de disfrutar sin prejuicios ni vergüenzas del regalo de nuestra sexualidad.

Era Anabel Ochoa y su entrañable programa de radio. No sé decir si me divirtió o me enseñó, al menos no sé qué fue lo que logró en mayor medida. Muchas de sus palabras las seguí al pie de la letra en el descubrimiento de mi cuerpo y en el ejercicio de mi oficio.

Nunca hablé a su programa ni le escribí nada, sin embargo siempre agradecí que me hablara tan directamente, tan a mí. Hoy, quienes despertamos fue con la noticia de que ella no. De que seguramente ya anda naciendo en otro mundo, conociendo y tratando de entender para enseñar, los más hermosos y sublimes regalos de la condición humana.

Qué en Paz descanse

¡NO A LA PORNOGRAFÍA INFANTIL!


No hay términos medios ni manera de justificarlo. La inocencia es el más valioso patrimonio de la infancia, a quien se le arrebata, se le quita también la posibilidad de crecer en un mundo en el que pueda creer y para el que pueda hacer algo positivo.
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Nuestros cuerpos nos dan la posibilidad de disfrutarlos, de usarlos para encontrarnos en nuestras sensaciones, gustos y pasiones. Todo se vale, siempre y cuando no lastimemos a nadie y no hay peor manera de herir, ninguna más imperdonable, que cuando a quien se lastima no puede o no sabe defenderse. Quién prostituye, tiene relaciones, las registra o abusa de un menor de edad en cualquier forma, no merece ningún perdón, pero también quién la ve o la busca pensando que no hace mal con sólo mirar, es quien le da razón a su existencia y sobre su conciencia deben estar esas vidas robadas, rotas. Tan deplorable una cosa, como la otra.
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DEFINITIVAMENTE: ¡NO AL ABUSO INFANTIL!

Jingle Bells

¡Caramba! Ya se respira el ambiente navideño... Por dónde quiera que voy está repleto de santacloses, esferas y demás parafernalia. Lo que siempre me causa risa es porqué esa manía de, además, adornar los escaparates con nieve si acá no vemos nieves más que en el Popo y en los barquillos. Creo que ver en un aparador de una tienda de Cancún a un regordete muñeco de nieve a un lado de un forndoso arbolote, no es otra cosa que una confesión involuntaria de que la navidad está completamente agringada. Obvio que con esto no digo nada que no haya sido ya dicho mil veces, pero... ¿no será hora de poner una que otra piñata de estrella, ponche, letanías peregrinos, luces de Bengala y demás cosas que nos pertenecen antes de que un extranjero gordiflón de pijama colorada nos haga de plano olvodarnos de ellas...
En fin, en cualquier caso... ya hay que irse preparando para las fiestas. ¿No?

La casa de las Lomas

El martes y hoy estuve contando en el periódico sobre mi paso por otro de los rubros de este muy amplio negocio del sexo. En principio, sólo trabajé en una casa de las Lomas, una residencia enorme y bien equipada. La cerraron hace algunos años y metieron al bote a la ñora. No sé si ya haya salido.

El caso es que recordaba que en esa casa aprendí muchas de las artes y trucos de mi oficio. Ya antes había cobrado por tener relaciones con varios clientes, cuando trabajaba en el table; pero ya cuando desde el principio sabes que a lo que vas es a coger la cosa es distinta. En el table a veces se daba, le calentaba la testosterona a un clientecillo, lo sonreía coqueto, lo miraba cachondo o le alocaba los testículos con una que otra caricia dizque accidental y, en muchos casos, aflojaba la marmaja y nos escapábamos al cinco letras. En la casa de las Lomas la cosa es distinta, una sabe a lo que va. No hay que convencer al cliente ni él a ti. Tiene sus ventajas y sus desventajas, claro, pero el caso es que allí simplemente vas a coger y pasártela rico.

Me acuerdo mucho de un señor. Ya estaba grande, supongo que más de sesenta. Cabello blanco, güero tipo colorado, buena panza, manos grandes y pito chico. Se notaba que cagaba lana. Cuando llegué me dio un beso en la mejilla, acarició mi cabello y rostro por un rato, luego se sacó el pito, le puso un condón y me lo acercó a los labios. Se la chupé por un buen rato, luego se vino copiosamente. Se quitó el condón, me dio otro beso en la mejilla y se fue… ¡Sin decirme una sola palabra! Para mí no había diferencia… Yo estaba pagada.

Ah, que andanzas por esos tiempos… allí aprendí las artes del oficio que luego aplicaría de manera independiente.
Cuéntenme sus experiencias en casas de citas, yo he trabajado en dos. La de las Lomas, que era por catálogo, todo muy pipirisnáis y una en la Condesa que era más chafona, del tipo pasarela, donde te sientas a cotorrear con el cliente antes de tirártelo (y no por la ventana). Nunca he trabajado en una casa de masajes (la neta, la neta me da mucha flojera sobar), pero con ciertos clientes creo que me habría sentido como los panaderos de la telenovela amasando la masa pa' las teleras y cantando "...vale maaaaás un buen amor, que mil costaleees de oroooo..."

En fin, como decía Canino Canun ¿Asté quiopina?

Besos
Besos

NUEVO NUEVO TELÉFONO 5541925669

¡SI! VOLVÍ A QUEDARME SIN TELÉFONO... AHORA ME LO VOLARON, LE SALIERON PATITAS O UNAS UÑAS LO AGARRARON... EL CASO ES QUE... ME QUEDÉ SIN TELÉFONO OTRA VEZ. PERO YA TENGO UNO NUEVO.
5541925669
¡Llame YA!

La Alberca

BUENO... NO SUBO CON REGULARIDAD LO QUE PUBLICO EN EL PERIÓDICO PORQUE ES PARTE DEL TRATO CON EL PERIÓDICO, PERO DE VEZ EN CUANDO -COMO HOY- ME PUEDO DAR EL LUJO DE HACER SUBIR ACÁ UNA QUE OTRA. ASÍ QUE, AGRADECIENDO TODOS SUS COMENTARIOS Y PARA QUIENES QUERIENDO NO PUDIERON LEER LA ALBERCA, POS ACÁ VA (PERO CÓMPREN LA DEL JUEVES, QUE SIGO EN LA ONDA FANTASMAGORICA):
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La Alberca
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Lo conocí hace muchos años -me dijo ella- cuando mi piel era nueva y todo lo que hoy comienza a colgarse, apenas crecía, redondo y firme. Nací en un pueblo en Guanajuato que se llama Valle de Santiago, es un lugar pequeño y bonito, cuya virtud y defecto es que nunca pasa nada. Yo era guapa, o al menos tenía pegue. Para mi edad, estaba muy desarrollada -me dice curvando las manos sobre sus tetas-. Cuando las de mi generación apenas tenían pellizquitos de cada lado, ya mi suéter lo adornaban dos firmes protuberancias.

Él pasaba por Valle en viaje rumbo al norte, que interrumpió cuando me conoció. Nos enamoramos como los adolescentes que éramos. Nos vimos en la Alberca, una hermosa laguna formada en el cráter de un volcán extinto donde los vallenses pasábamos los ratos libres. Hoy está seca y es un hoyo terregoso, pero entonces era bellísima.

Él vino con un amigo muy tímido que no me quería nada. En las tardes, cuando paseábamos, su amigo prefería quedarse en el hotel. La noche antes de que se fueran, me llevó a la Alberca. Nos sentamos en una de las mesas de piedra que servían para comer carnes y truchas asadas y que convertimos en la cama donde le obsequié mi virginidad. No pude evitarlo, ni cuenta me di cuando sus besos llegaron a mis senos, ni como éstos salieron de la blusa y quedaron expuestos al blanco de la luna. Recuerdo, como si lo sintiera, que goteaba cuando sus manos levantaron mi falda y sujetaron mis muslos temblorosos. Abrí las piernas, como quien invita a alguien a su casa.

Desde entonces, cuando pienso en sexo o me masturbo, me basta con cerrar los ojos para ser una adolescente penetrada a media luz por un joven hermoso. Sentir sus manos en mi cintura, mis nalgas clavadas en la losa fría, sus labios ansiosos e inexpertos en mi cuello o en mis pezones, sus ojos cerrados, su sonrisa, su gemido terminal, su cabello negro balanceándose sobre su frente con un hilito de luz plateada. Cuando me la sacó nos lo prometimos todo. Él vendría cada semana, en su momento, yo me iría a estudiar a la Ciudad de México y estaríamos juntos siempre.

No volvió, sin embargo nunca lo olvidé. Hay amores así, que viven para siempre aunque hayan durado tan poco. Después de él, otros hombres pasaron por mi cama, me vine a vivir a México e hice mi vida, pero no volví a enamorarme. Desde entonces, cada año en esa fecha vuelvo a la Alberca y cuando la noche cierra revivo con las manos aquel orgasmo memorable. Así pasaron 20 años.

Esa noche igual que las 19 anteriores, me masturbé a la luz de la luna y sobre la misma mesa. Estaba cansada y comenzaba a sentirme vieja. Decidí que no volvería allí ni lo extrañaría más. Trataría de olvidarlo y, si aun podía, de enamorarme de otro. En ese momento vi que, entre la maleza, alguien me observaba.

Increíblemente era él. También los años le habían cobrado factura, pero algo había que lo hacía idéntico al muchacho que veinte años antes había abierto entre mis piernas un camino sin regreso. Sorprendentemente hablamos sin reproches. Sin preguntas ni averiguaciones, me tomó de la mano y caminamos alrededor del socavón que otrora fuera una hermosa laguna. Hablamos, reímos, nos besamos. De pronto, nos detuvimos frente a la mesa de piedra donde hacía una vida cogimos como sólo dos adolescentes pueden y, con el mismo temblor en los labios, me besó y levantó mi falda, hurgó bajo mi blusa y estremeció mi ombligo. Sentí en la sienes una presión maravillosa, como el toque de un ángel y luego un terremoto que separó mis piernas y recibió un vaivén inundándolo con los jugos del deseo. Hicimos el amor por varias horas, lo viví y lo experimenté todo esa noche. Sexo maduro, preciso, agitado. ¡Sublime!

Cuando terminamos, me miró fijamente y me prometió que nunca más volvería a verme. Me besó la frente cuando sonreí y cerré los ojos. Realmente no quería volver a verlo, sin lugar a dudas sentí que ese ciclo se había cerrado y volví a México sin siquiera preguntarle qué haría él.

Una semana después, por esas casualidades que sólo el destino entiende, me encontré al amigo aquel con quien él había ido a Valle. Nos reconocimos y, envalentonada por la coincidencia, le dije que recién había visto a su viejo amigo. Empalideció y, con la voz cortada, me lo contó todo. Al fin supe que el amor de mi adolescencia había muerto en la carretera la mañana siguiente a la noche en que hacía veinte años hicimos el amor.

Una buena historia a propósito de estos días en que se celebra lo frágil que es la vida.

Muchos besos

¿Qué tal la alberca?

¿Qué tal? ¿Alguien leyó hoy mi cuento de La Alberca? Es la primera vez que me animo a publicar en el periódico algo que no es una crónica, sino un cuento ¿Les gustó?