¿Quién soy?

Soy la memoria perdida,
soy dolor y soy remedio,
soy la duda y la respuesta,
soy congoja y sosiego.

Soy una puta en la cama,
una lágrima en el suelo,
soy tu última esperanza,
soy adicción, soy veneno.


Soy quien calienta tu almohada
sin dormirse nunca en ella,
soy regalo de una noche,
soy tu mejor experiencia.

Soy la niña generosa
que te alimenta en sus pechos,
soy la fuente de sudores
que se calman con tus besos.

Soy moneda de cambio
muñeca en aparador,
soy un cuerpo dadivoso
que se da al mejor postor.

Soy el recuerdo de un día,
soy deseo renovador,
soy un rato de alegría,
soy un cheque al portador.


Soy tu mejor compañía
sin reclamos ni dolor,
soy el fresco mediodía
en que perdiste el honor.

Soy la cama que se vende,
soy el goce sin pudor,
soy tu conciencia inconciente
que no tiene pundonor.

Soy pecado y penitencia,
soy un rato de placer,
tu fantasía cumplida,
un capricho a complacer.

Soy amores golondrinos,
soy la pasión de un momento,
soy tu confianza y tu dicha,
soy mujer y soy anhelo.

Soy una cuna vacía
para el cuerpo del viajero
que viene buscando un abrazo,
que se va comprando consuelo.

Soy Fernanda y soy de ustedes...


(Publicado originalmente el 7 de julio de 2006)

Tú eras sol y yo era luna,
tú un capricho, yo un desdén,
tú una tarde de calentura,
yo una página en Internet.

Es la historia acostumbrada
de los amores mercenarios,
los placeres de arancel,
colmenar de aves de paso.

Tú eras sal, yo era pimienta,
tú codicia, yo una ofrenda,
tú una noche de deseo,
yo, promesas de pasión.

Es la historia peregrina
que se escribe en un colchón,
que se renta por minutos
sin venderse el corazón.

Tú eras vino, yo era flama,
tú razón y yo locura,
tú eras un cliente en mi cama,
yo era de tu mal la cura.

Es la historia marrullera
de una piel y de un deseo,
nuestro encuentro, nuestra miel
y la magia de tus besos

Tú, el sabor de los colores,
Yo era sueños y efusión,
tú eras fantasías de amores,
Yo, yo era impulso e ilusión.

Es la historia inevitable,
de los juegos de alto riesgo,
hay que aprender a quemarse,
si vas a jugar con fuego.

Tú eras hoy, yo era mañana,
tú renuncia y yo ambición,
tú el anuncio de un adiós,
yo el deseo de un hasta luego.

Es la historia de un adiós,
en un momento inesperado,
desistiendo de un jalón,
al encuentro con tus brazos.

Tú eres un hombre en mi vida
yo, mujer en tu recuerdo
yo soy ilusión perdida
tú, un teléfono en silencio

Es la historia cotidiana
de los amores mercenarios,
pues se pierde la razón,
cuando se rentan los labios.

Hoy espero tu llamada
pidiendo urgente servicio,
volver a ser dos extraños,
volver a hacerte mi vicio.



(Publicado originalmente el 10 de abril de 2007)




¿Por sexo o por amor?

La película comienza con la imagen de una bellísima chica en la vitrina de un prostíbulo francés y un hombre que la observa desde la calle.

La chica es Monica Bellucci y su personaje, Daniela, cobra 150 euros por servicio. François, el hombre que la observa, se acerca a mi colega y, después de decirle que acaba de ganar la lotería, le ofrece un salario de 100 mil euros mensuales a cambio de vivir con él hasta que el dinero se le acabe.

La idea es irresistible. Una película que comienza así, cuando menos para mí, promete mucho. Lo malo de las películas francesas es que le encuentran el modo para robarte uno que otro bostezo antes de que lleguen los créditos finales; tanto simbolismo y decoración le hacen perder la oportunidad de sacarle el debido juguito a la cruda realidad de un hombre que le ofrece una fortuna a una mujer bonita a cambio de sexo ¿o de amor? Tiene momentos verdaderamente conmovedores (especialmente para quienes en esto trabajamos), sin embargo, yo la sentí como una película sobre la soledad, pero no sobre la prostitución.

¿Por qué será que las películas sobre el oficio siempre se quedan cortas y cuentan apenas algunas cosillas, principalmente imaginarias, de lo que alguien cree que es el servicio? Tal vez si existan y yo no las he visto, pues tampoco soy de las que van mucho al cine, pero la verdad es que al cine le cuesta trabajo contar lo que hacemos, o cuando menos contarlo bien.

De todos modos me dejó pensando. ¿Qué hacer en un caso así? La idea da para pensar en una historia padrísima. El cuate había ganado 4 millones de euros, así que para bajárselos todos, la chava tendría que vivir con él poco más de tres años.

La cosa es que es sabido que las chicas no nos mueve para actuar el interés, lo que nos importa es el capital (je je je). La idea está buena, pero son de esas cosas que nunca pasan, una amiga escort dijo alguna vez, como consejo, el día que anunció su retiro, que nunca llegará el hombre que se gane la lotería y venga a ofrecértela. Simplemente los que lo harían no se la ganan y los que se la ganan no lo harían.

No lo sé, de todos modos me recordó una historia verídica de un tipo que se ganó la lotería unos días después de enterarse que tenía un cáncer incurable en el estómago. Entonces buscó a una chica que había conocido en la secundaria y de la que había estado enamorado siempre. Puso a su nombre el testamento, dejándole muchos millones, a cambio de que lo acompañara en sus últimos meses de vida. Antes de morir, él le dijo que le agradecía más al cáncer que a cualquier otra cosa, pues era eso y no el dinero, lo que le había dejado conocer la felicidad de tenerla cerca. Ella lloró mucho cuando lo enterró.

(Publicado originalmente el 19 de febrero de 2007)

Mi primera vez (Parte II)

Para todo lo que hacemos en la vida hay una primera vez. La primera vez que fumé un cigarro, tosí como si mis pulmones quisieran mentarme la madre. La primera vez que me subí a un avión era una niña y me emocioné mucho. La primera vez que me enamoré, me rompieron el corazón (...¿o se lo rompí yo a él?) La primera vez que hice el amor me dolió como si fuera a romperme. La primera vez que me acosté con un hombre a cambio de dinero, me arreglé muy linda, fui con nervios, toqué a su puerta, nos desnudamos, me hizo suya, me vestí, tomé un taxi y regresé a mi casa... Al llegar, traté de que nadie me viera, temía que notaran algo. Corrí a mi habitación. Me quedé allí un rato mirando en el espejo. Casi con culpa, pensaba en lo que había hecho mientras retiraba el maquillaje y veía mi cara revelarse en el reflejo. Era exactamente la misma de antes de haber entregado el cuerpo, pero con dinero en la bolsa. Me toqué toda, me revisé. Sentí y observé cada parte de mi cuerpo, como buscando una manchita, un marca, una señal, algo... pero me encontré tan igual que me puse un pijama y baje a la cocina a cenar con mi mamá.
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La primera vez de cualquier cosa cobra una importancia tan enigmática, no se si será por nostalgia o por ese afán loco de marcar inicios. La segunda vez a nadie le importa, aunque generalmente, sea mucho mejor que la primera. A pesar de que una se va puliendo, ganando experiencia, maestría. Ya no importa, lo que la memoria registra y celebra siempre, se llama primera vez.
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Yo no sé que tan rico le pareció a Arturo aquel beso que le di en la playa, que fue el primero, pero me encantaría saber donde está y besarlo ahora que ninguno de los dos tiene once años, que sabemos lo que hacemos y beso mucho más rico.
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Por eso, más allá de la conmemoración o la evocación solemne de las primeras veces, a mí me gusta que cada cosa que hago tenga la festividad de una vez primera, pero vivirla como si fuera la última. Porque después de todo, en el dolor, en la fe, en la esperanza, en la alegría, en el amor, en todo en la vida, lo primero es siempre historia, lo último, es con lo que te vas.
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La primera vez que escribí sobre mi vida e indecencias en un foro de Internet, se titulaba justamente “Mi primera vez” y narraba, con lujo de elocuencias y fantasías, la forma en que obsequié mi virginidad. En fin... Nunca pensé aquella primera vez que algún día recibiría por este medio y por otros, tantas muestras de cariño y buena vibra.
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No sabía, cuando comencé a decirles cosas, que este sería un camino de dos vías, tan padre. Que sin dejar de proclamarlo, pero más allá de lo sexual, podamos aquí decirnos cuitas, celebrar alegrías y expresarnos tanto afecto. Gracias de corazón a todos y cada uno de los que se acordaron de mi cumpleaños. Me la pasé de pelos, tanto, que no había podido darme una vuelta por ésta, mi otra vida. Espero sinceramente que las felicidades que me desearon se les devuelvan con réditos. Gracias a estos detalles y a este afecto, hoy les escribo, para quienes les guste igual que para quienes no, con el entusiasmo como si fuera la primera vez, pero con el corazón como si fuera la última...
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Porque vivir es inventarse a cada rato, pero vivir bien, es poder celebrar el resultado...
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Gracias amigos, ya saben que viven en mi corazón...
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Publicado originalmente el 5 de febrero de 2007 en ocasión de mi cumpleaños 23 (celebrado el 2 de febrero)

Mi primera vez (Parte I)

José Luis era amigo de mi hermano. Yo tenía catorce y era virgen todavía. Algunas veces habría tocado el pito de algún novio de secundaria, pero no había gozado entonces de uno de a de veras. José Luis en cambio se las sabía de todas, todas. Eso, sin embargo, no fue obstáculo para que fuera yo quien tomara la iniciativa. Iba vestida con el uniforme de la escuela, falda gris un poco arriba de las rodillas, blusa blanca desfajada y ajustada, calcetas a los tobillos. Aquella tarde se había quedado de ver en nuestra casa con mi hermano, él venía con un retraso de una hora y estábamos solos. Le ofrecí una cerveza mientras esperaba. La puse sobre una mesita frente al él, pero al darme vuelta tropecé y la Corona se derramó toda sobre el sillón, el piso, la mesa y las piernas del galán. Instintivamente me arrodillé a secar con un trapo los lugares que había mojado.
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Comencé por el piso, la mesa, el sillón y terminé, no sé si deliberada o automáticamente, por pasar el trapo empapado por la pierna de José Luis. Como siempre me gustó, acostumbraba provocarlo desabrochando los botones de la blusa para que viera el nacimiento de mis pechos adolescentes pero ya de buen tamaño, de modo que en esa posición seguramente tendría una vista inmejorable. Mientras tallaba con delicadeza sus muslos, sentí como algo debajo de la tela comenzaba a hincharse. Tomé en mi mano el bulto como una niña curiosa que sujeta por vez primera un extraño obsequio, comencé entonces a jalarlo con fuerza y con velocidad, José Luis cerró los ojos, tomó mi mano y le dio un ritmo más lento y acompasado.
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Sacó su pene por la bragueta y lo puso en mis labios, estaba tibio y húmedo, yo estaba entre el miedo y el asco, pero no podía dar marcha atrás, tenía que hacer algo, seguir, así que lo besé, pasé los labios por los costados y sentí cada movimiento de esa piel suave y delgada, llena de venas y nervios que dibujaban sus veredas en mi lengua. Recorrí un hilito de carne que se tendía como una costura a lo largo de aquella cosa. Expelía un olor ácido y penetrante, no quería más y sin embargo mi sexo comenzó a hincharse y a humedecerse incontrolablemente. Fue entonces cuando con una de sus grandes manos tomó mi cráneo y empujó su verga dentro de mis labios. Me la tragué toda, nuevamente su mano experta comenzó a enseñarme el ritmo que debía dar a los movimientos de mi cabeza y sus gemidos y contorsiones me aclaraban cuando estaba haciendo un buen trabajo con la lengua. Su enorme equipo me ahogaba y se clavaba ansioso en mi garganta, sin embargo, yo lo disfrutaba. Saberlo a merced de mis dientes, expuesto al capricho de mis mandíbulas me entusiasmaba.
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De pronto decidió arrebatarme el caramelo de la boca, me tomó por las axilas y me levantó en vilo. Me colocó de rodillas sobre el sillón en el que se encontraba sentado, con la cara hacia la pared y las manos apoyadas en el respaldo, rompió mis bragas de un jalón, haciéndome daño, y colocó su enorme pito en la vulva que latía escandalosamente, como un corazón expuesto, colorado y palpitando entre mis piernas. Entonces un miedo intenso se apoderó de mí, mis piernas flacas temblaban ante la inminencia de una penetración impensada. Mi sexo, sin embargo, chorreaba dispuesto por el instinto del placer. José Luis se colocó y empujó suavemente hacia mi un par de veces, la tercera embistió con toda su fuerza, penetrándome salvajemente y de un solo golpe. Se quedó quieto entonces, yo sentí que me había partido en dos, sentí dos arroyos tibios que bajaban lentamente, uno por cada una de mis piernas. Solté un grito sordo y alce la cabeza hacia el techo. Me tomó por el pelo y comenzó a moverse, el dolor era infinito, insoportable, casi tanto como el placer que me provocaba.
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No voy a dar más detalles, basta con contar que durante más de un año mantuve relaciones con él a escondidas. Cómo podía ser de otro modo, tenía treinta años y estaba casado.

(Publicado originalmente el 15 de mayo de 2006)