2009

Queridísimos amigos:

Está por terminar el 2008 y viene un año nuevo con todas las ilusiones, proyectos, deseos y propósitos que, aunque a la mera hora guardemos en un cajón, el día de hoy inspiran el choque de nuestros vasos o copas y el que nos digamos todos salud con sonrisas cargadas de esperanza.

Yo tengo mucho que agradecerles a todos los que cada día vienen a dejarme un pedacito de su tiempo en este Blog. Todo mi cariño y agradecimiento a aquellos que se han vuelto de casa, impresindibles y que con sus comentarios y cariño dan vida a este lugar, muchos besos también para los que cada miércoles me acompañan en el chat para cotorrear un rato (que hoy se suspende por fiesta de año nuevo) y mi corazón también para quienes vienen y apenas escriben o sólo pasan sin dejar escrito algo, pues también dan vida a este juego.

Sé que debo responder más, pero siempre el tiempo me gana y termina por aplastar mis decisiones, de cualquier modo estoy al pendiente de lo que me dicen y me llena de alegría.

No los aburro más con cursilerías, nomás les digo muchas gracias y

¡FELÍZ 2009!

Querida Fernanda


ANTES QUE OTRA COSA, LES AVISO QUE YA ESTOY DE REGRESO EN EL DISTRITO FEDERAL. DESPUÉS DE LAS FIESTAS DECEMBRINAS EN CANCÚN AHORA ANDO HACIENDO TRAVESURAS DE NUEVO EN LA QUERIDA CAPITAL CHILANGA. ESO SÍ, COMO SOY EMPRENDEDORA, ESTOY CHAMBEANDO, ASÍ QUE ESPERO SUS LLAMADAS PARA CONSENTIR AL QUE SE ANIME:

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044 55 4192 5669

¡LLAME YA!

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AHORA SÍ, CUENTO: Cual iba a ser mi sorpresa, cuando el 25 en la mañana paso frente a mi arbolito y me encuentro en un sobre laminado, con broquel dorado, timbre postal del Polo Norte y mi nombre rotulado con tinta roja, justo en el lugar en que la noche anterior había yo dejado a Sancho Clos la sentida carta que publiqué el martes pasado. El caso es que, nerviosa y todo, abrí el sobre y leí la carta que decía lo siguiente:

Querida Fernanda,

Recibí tu amable cartita y después de leerla con atención llegué a la conclusión de que sencillamente no tienes madre. Yo sé que es mucho pedir, pero debería darte vergüenza ser tan cabroncita. Recuerdo que desde que eras una chamaca latosa comenzaste a escribirme cartitas jurando que habías sido más buena que la madre Teresa, aunque eras tan jija de la tiznada que eso no te lo creía ni la zopenca de tu abuela, a quien a cada rato le hacías creer que era el alzhéimer el que hacía que no recordara dónde dejaba la lana que le bajabas del monedero. O ¿A poco crees que de verdad tenía que espiarte para saber las jaladas de las que eras capaz? Sólo tú te atreverías a vestir a una mona de trapo con tu ropa, pegar un grito y lanzarla de un tercer piso para casi matar de un susto tu tía cardiaca. Nomás tú te escondías en los puentes peatonales para aventar botellas a los coches, sólo tú pintaste con chapopote la camioneta nueva de tu mamá y nadie te ayudó a pegar con kola-loca al escritorio el mouse de la computadora de tu papá. Para saber lo que hacías no tenía que espiarte, sino leer la nota roja. La neta, escuincla malagradecida, es que si de verdad te hubiera regalado por cómo te portabas, lo único que habría podido obsequiarte era una orden de aprensión ¡Buena falta te hizo una temporadita en el tutelar!

Ah no, pero ahí voy yo de acomedido a traerle a la niñita malcriada regalitos inmerecidos para que no se agüitara la cabroncita, pero ¿iba ella a agradecer? ¡Claro que no! Si la nena lo que quería era una pistola, un balón de americano, una patineta. Pero nel ¿A poco crees que te dejaba juguetitos de niña nomás por cabrón? Si no te has dado cuenta, cosa que dudo porque bien que le has sacado provecho ¡Eres niña!

¿No entiendes que te di muñecas para que dejaras la actitud de chamaquito desmadroso que tenías? Ya sabía yo que si algún día vivirías de lo que llevas bajo de la falda, era indispensable que no parecieras delantero del Necaxa. ¿Neta piensas que no sé que las Barbies que te llevaba, además de hacerles su alcancía en salva sea la parte, las usabas para jugar con ellas a las pruebas nucleares forrándolas de cuetes y haciéndolas volar a la talibán y como judas en Semana Santa?

Te conozco grandísima granuja. No sabes de cuántos accidentes te salvé haciéndome el sordo con esa pinche patineta ni las partidas de hocico que te ahorre sin el balón de americano. Eras como un cabroncito. Tanto te portabas como niño que temía que de no ser por las muñecas que te llevaba, tal vez un día habrías amanecido con tanates y entonces sí ¿de qué vivirías ahora? De cualquier forma nunca se te da gusto.

Bien que te haces la buena gente, y te haces pasar por víctima de mi mala voluntad, como si no supiera yo que el vaso de leche que me dejabas cada noche buena tenían suficiente laxante como para no dejarme llegar ni a la casa del vecino, o que tus galletitas estaban más rancias que tu conciencia.

Claro que recuerdo lo que me pediste hace un año ¿Cómo iba a olvidarlo? Si nunca había visto a una canija que como tú nomás pensara con las pompis. Querías que te mandara, de ser posible cada semana, un cliente bien dotado, diestro en los brincos y curtido en el amor, que tuviera a bien ponerte la sangre en las mejillas con sus amores y además pagara por ello ¡Habrase visto! O sea: Por si no te has dado cuenta, yo soy juguetero, no padrote.

Ah pero no conforme con esa jalada, ahora vienes y me pides que te traiga un cabrón, “…con la cara de Brad Pitt, el cuerpo de William Levy, la voz de Juan Ferrara y las nachas de Latin Lover”. Un cocinero, masajista y cirujano plástico que sea discreto, generoso, detallista, previsor, gentil, caballeroso, muy bien armado y hasta fiel, en pocas palabras un hombre perfecto. No alucines querida amiga, habría sido más fácil que me pidieras la paz mundial o que ora sí gane el América ¡Jo, jo, jo!

Si bien te va y no das más lata, este año puedes esperar que te regale una cartera de piel de burro (para que cuando la frotes se haga portafolios) y si me agarras de buenas, una playera que diga: “Ya tengo 25 añotes y aun creo en Santa Clos”.


Atentamente,

Santa

Querido Santa




Querido Santa:

Sí, soy Fernanda. La misma morrita que desde que aprendió a escribir se ha ido con la finta de mandarte en estas fechas una carta hipocritona con la tonta esperanza de conmover tu corazón y convencerte de dejar en mi arbolito algo más divertido que una pijama, muñequitas mariconas y demás cursilerías que eran todo, excepto lo que te pedía. Dicen quienes te conocen que de algún siniestro modo siempre estás enterado de todo lo que hacemos durante el año y aunque siempre pensé que amenazar con darnos pura reata a quienes no nos portáramos bien era la peor forma de ser díscolo, también he de reconocer que de todos modos nunca dejé que eso me quitara el sueño. Es a ti a quien debería darle vergüenza ser un gordo pervertido voyerista que se pasa espiando chiquillos para ver cómo “se portan”.

La cosa es que, si sabes que éste, como todos los años, he sido igual de canija, no tiene caso que trate de engañarte. Hace mucho comprendí que el hecho de que te escribiera jurando que había sido buena y que seguiría siéndolo no hacía que me compraras la mentira. Supongo que como eres igual de cábula que yo, no te tragas cualquier cuento por más que te le pongan caramelo o te lo ensaliven.

Además ¿Para qué mentir? Igual nunca trajiste lo que pedía. No entiendo cómo se te metió la idea de que yo era una chamaquita ñoña a la que le gustaría jugar con muñequitas sólo porque de tanates era lo único que me dejabas ¿A poco crees que nomás porque tú de malora en vez de la bici que quería me traías una muñeca, iba yo a preferir jugar con ella en vez de echar relajo en la calle? ¿De veras nunca viste que a mí el gusto por las Barbies se me acababa justo después de bajarles los chones y hacerles con un cuchillo una incisión decorativa pa’ dejarlas más realistas?

Así que si de todos modos no ibas a traer lo que te encargaba, no valía la pena privarme de hacer travesuras para ver si un cabrón con traje de bombero de peluche, gorro de papá pitufo y barbas de nalga de borrego, se animaba a regalarme otro clon de bebé plastificado que come, caga y hace pucheritos fabricado por un grupo de enanitos esclavizados, que trabajan en el lugar más pinche frío del planeta y no tienen derecho a sindicato, seguro social ni descanso los domingos (O sea, mejor yo sentía gacho ser cómplice del patrón más insensible y negrero del Polo Norte).

Habrás de recordar que el año pasado también me animé a escribirte una carta en la que prometí que si me hacías el favor de mandarme lo que te pedía, no sólo olvidaría los muchos años de malos regalos y deudas pendientes, sino que te liberaría para siempre y sin pretextos de la molesta correspondencia que el servicio postal me ayuda a hacerte llegar hasta tu casa cada diciembre. No te pedí demasiado, no eran riquezas ni privilegios, solamente te solicité que me consiguieras, ahí de vez en cuando, a un buen samaritano suficientemente bien dotado y dispuesto a hacer, sin muchos trámites ni protocolos, las delicias de mi cama. Ah, pero sarcástico tú que, seguramente, al ver que lo que te pedía era un buen camote, puro camote me trajiste.

A pesar de todo te perdono. No soy como tú ni sé guardar rencores, pues no has hecho más que confirmarme que nada puedo esperar de un tinaco colorado que como castigo a mis múltiples fechorías decidió darme cada año un palmo de narices y poner en mi mal zurcido calcetín puras cosas que no deseaba.

Este año volveré a pedirte, sólo para demostrar que eres un pillo y que, haga lo que haga, no has de dejar en mi arbolito más cosas que las que logren divertirte con mis decepciones, así que, querido Santa, por este medio y respetuosamente te pido que esta navidad me traigas un muñeco tamaño natural y bien proporcionado, con la cara de Brad Pitt, el cuerpo de William Levy, la voz de Juan Ferrara y las nachas de Latin Boiler. Que sólo hable si se le ordena, que sepa cocinar, le guste sobar los pies, le emocione ir de compras, haga bien un manicure, adivine lo que quiero y sepa vulcanizar mis carnes, quitando donde sobre y poniendo donde falte. Uno que cada 28 días sepa consentirme más, pero sobre todo Santa querido, te pido que como a Pinocho, cada que mienta algo le crezca (y que no sea la nariz) para que esta remitente se divierta, gritándole Miénteme Pinocho ¡miénteme!

Hasta el año que entra
Fernanda, siempre

P.D. Ay si ves a los talibanes Malhechor, Gastar y Basaltar, diles que esta carta va con copia para ellos, pero que la multipliquen por tres.

Escort por un día

Resulta difícil sin duda escribir tan seguido como quisiera encerrada en este infierno de playa, mar, sol, chicos guapos y desmadre. La semana pasada publiqué en Metro una historia que me llegó a mi correo electrónico. Claro, le di mi estilo de escritura y le pedí a quien me la mandó permiso para publicarla, pero el caso es que la historia que recibí es tal y como la publiqué. ¿Ustedes qué creen? ¿Será para muchas mujeres una fantasía trabajar en lo que yo, al menos una vez, al menos por curiosidad...? No sé ¿Usted qué opina?

Esto fue lo publicado hace una semana:


Querida Fer -me escribió una lectora- no te voy a decir mi nombre, pero sí que tengo 27 años, soy abogada y me gusta tu columna. Voy a contarte algo que me pasó y no me atrevía a compartir. Mi novio es un buen tipo, tiene 33 años, es trabajador, me trata bien y tenemos planes de boda. Lo conocí hace 7 años.

Sé que estoy guapa y le gusto a los hombres; cuido mi figura, me visto sexi, sé maquillarme bien y esas cosas, obvio que a los 20 tenía muchos galanes, pero cuando conocí al que hoy es mi novio me clavé con él. Era joven, inteligente y sabía ganarse la vida. No era el tipo más guapo, pero tenía estilo.

Al principio éramos una pareja genial. Andábamos juntos por todos lados, teníamos los mismos gustos, compartíamos amigos y era maravilloso en la cama, sin embargo, las cosas fueron cambiando. Poco a poco dejó de ser detallista, se volvió frío, olvidaba besarme y pasaban semanas sin que me hiciera el amor. No dudo de su cariño, pero esa falta de atención comenzó a causarnos problemas. La rutina le iba ganando al deseo y al romance. De esas veces que saberse amada no parece suficiente.

Una noche, íbamos por Tlalpan rumbo a una fiesta, cuando a la altura de metro Nativitas, tuvimos uno de esos pleitos en los que nos gritamos todo. Yo estaba encabronadísima (aunque la neta no recuerdo ni porqué) así que cuando el tráfico lo obligó a detener la marcha, yo me bajé del coche, azoté la puerta y crucé corriendo por un puente peatonal al otro lado de la avenida.

Iba muy enojada. Su falta de pasión me hacía sentir una mujer menos deseable. Tenerlo siempre cerca no me dejaba saber si ya no se me acercaban otros hombres porque me veían siempre con salero o porque ya no les parecía guapa. Justo iba pensando en lo mucho que me gustaría que un cabrón me chuleara, cuando providencialmente un automovilista se detuvo a mi lado y me preguntó ¡Cuánto cobraba!

Era un cincuentón, delgado, canoso, rostro amable y mirada expresiva. Hasta antes de eso, en una situación así hubiera pensado que mentaría madres, pero para mi sorpresa me sentí halagada. En vez de decirle que no directamente, inventé una cifra que supuse descomunal. Así, pensé, el tipo se iría y yo tendría algo chistoso que contar y algo más qué reclamarle al cabrón de mi novio. Se me ocurrió decirle que le cobraba tres mil pesos. Literalmente sentí que me zurraba cuando me dijo que estaba bien y me pidió que me subiera a su coche.

Pensé en salir corriendo. Estaba pasando un taxi que podía tomar y olvidarme el asnunto, sin embargo, no sé de dónde un agarré un valor loco y así nomás, me trepé al coche del tipo. Moría de miedo de que el cabrón fuera a asesinarme. Cuando notó mi horror, le dije -sin mentir- que estaba nerviosa porque sería mi primera vez, que nunca había hecho “eso”. Él sonrió y juró que sería bueno con tal serenidad que me inspiró confianza. Casi me desmayo de nervios cuando, ya en un motel, comenzó a besar mi cuello quitándome el vestido. Me pagó desde que entramos y eso me excitó casi tanto como cuando me senté en la orilla de la cama y puso su erección en mis labios. No sé, simplemente me encantó sentirme putísima y chupársela así, con la mayor intensidad que había puesto nunca a la tarea de mamársela a alguien.

No traíamos condones, pero él los pidió a la recepción. Mientras llegaban nos entretuvimos en un gozoso 69, después me puso de rodillas sobre la cama, con mis pies en una orilla y con su mano me empujó por la espalda hasta que mi frente tocó el colchón, mis nalgas y mi vulva quedaron completamente expuestas y a su disposición. Para ese momento de mi cola ya brotaba un manantial. Entonces me penetró de un solo golpe y de una manera tan firme y grata que no me quedó menos que gritar de placer. No fue sexo delicado ni condescendiente. En todo momento aquel tipo me trató como lo que para él yo era. Lo peor (o lo mejor) era que yo lo estaba disfrutando horrores. Hacía mucho que no me sentía tan cómoda y tan mujer en la cama.

Ya en confianza y a punto de salir, me atreví a confesarle a aquel hombre que yo no era ninguna puta, sino una abogada que caminaba por el lugar equivocado en el momento correcto. Él, sonriendo, me contestó que lo sabía. Al día siguiente me habló mi novio y nos reconciliamos. Nunca le conté a él ni a nadie sobre aquella aventura, pero todavía hoy cuando pasamos por Tlalpan a la altura de Nativitas me viene una calentura al cuerpo y siento unas tremendas ganas de hacer locuras.

Besitos
Fernanda, siempre

¿Ya están haciendo carta a Santaclós?

No dejen de encargarle este juguetito de alta tecnología... Creo que a este paso, me va a terminar por quitar la chamba.



Aunque siempre habrán los que prefieran los métodos tradicionales y prefieran decir ¡Vengan esos cinco!

La importancia de la "R"

En una tranquila ciudad vivía un reconocido torero llamado El Curro. Cerca del Curro se mudó un jovial chino, quien no sabía pronunciar bien la erre. Una mañana se encuentran los dos y el chino dice:

-Buen día señol Culo.

Por supuesto que al Curro no le hacía gracia, pero lo dejo pasar. Durante la siguiente semana había el mismo saludo.

El Curro no pudo aguantar mas y se compro dos perros alemanes y los entreno para atacar al chino. Cuando el chino se acerco para saludarlo, el Curro le echo los perros... Con suma rapidez, el asiático saco dos cuchillos de los pantalones, y se paró rígido, listo para enfrentar los perros.

El Curro al darse cuenta de que el chino va a cortar a los perros, y les pega un chiflido y los perros entran a la casa. Esto se repite varias veces, hasta que el chino decide poner una denuncia en la comisaría.

Cuando el comisario le pregunta cuál es su problema, el chino dice:

-mile señol comisalio, mi denuncia es polque los pelos del Culo no me dejan caminal.

El comisario se quedo perplejo, pero le siguió la corriente y dijo

-bueno amigo, pues córteselos.

El chino respondió:

-eso es lo que quielo hacel, pelo cada vez que los voy a coltal, el Culo chifla y los pelos se van pala dentlo.
Ya ven... de esos chistes que se reciben por correo. Me moría de risa.
Besos

El paraíso

Es difícil mantenerse conectada desde una ilusión de mar y arena tan bien dispuesta como Cancún.

Digo ilusión porque eso es Cancún, algo así como un espejismo. De esas visiones que sin ser del todo reales, dicen que se aparecen en los páramos. A primera vista, Cancún es el paraíso. Al menos es aquello que del paraíso nos gusta imaginar. Prosperidad, clima, paisajes, gente bonita en ropa bonita y reveladora que comen bien, beben bien, descansan bien, fornican bien y no hacen más que disfrutar los regalos de los sentidos. Sin embargo, cuando los días se tornan semanas, una comienza buscar la hoja de parra y preguntarse si tanta placidez es viable o si éste es el abismo ya no en piel de reptil, sino vestido con la forma seductora de una tarjeta de crédito.

¿Vale la pena?
¡Claro! ¡Vénganse para Cancún!

Atentamente
Miss Manzanita Snake