Cinco

Tic, tac, tic, tac... Hace semanas que Mario no puede dejar de pensar en ella. Se han hecho amigos, él le llama todos los días y trata de mantenerse al tanto de sus cosas. Ella tiene novio, pero está pensando seriamente en dejarlo.

Mario sabe (porque esas cosas se saben) que él no es la razón del rompimiento de su amiga con ese mequetrefe, pero no deja de alegrarse, de sentir un poco de esperanza.

Ella no tarda en llegar, él la invitó a cenar. Es la primera vez que se ven fuera de una habitación de hotel... Ella llegó, como siempre despampanante: jeans embarradísimos, botas de plataforma, un body muy escotado, chamarra y el cabello suelto provocativamente. Le sonríe y lo saluda desde la entrada. En cuanto la ve, él siente unas ganas locas de cogérsela ahí mismo, frente a todos... De besarla, de apañarla, de decirle que la ama, ponerla boca abajo sobre la mesa y allí penetrarla... Se conforma en cambio, con ofrecerle una silla y preguntarle qué quiere tomar...

El tiempo transcurre normalmente, buen vino, sabrosos platos, entretenida charla. La velada está a punto de terminar. Esta vez, él no está pagando la compañía, se reunieron por el puro gusto, pero ya casi es hora de despedirse. Mario tiene la esperanza de proponerle a ella que pasen juntos esa noche. Quisiera proponerle matrimonio o pedirle al menos que sea su amante, que deje de trabajar, que cambie de vida, pero por ahora se conforma con robársela hasta que el sol los descubra. Desde luego le pagaría su tarifa por noche... Tiene mucha esperanza de un sí...

¿Qué pensará la gente cuando los ve juntos? Ella con veinte años y él, arañando los setenta... Mario sale sonriente del restaurante, Alejandra, mi amiga, le dijo que si... fueron al motel donde se conocieron. No le cobró.

Un beso
Fernanda, siempre