Llegamos casi a las once de la noche. Pasamos por lana a un cajero y nos fuimos directito al Palladium. Estaba hasta la madre, pero ya no estaban poniéndose mamones para dejar pasar. Obvio, no alcanzamos mesa, pero estuvimos chupando y bailando hasta muy entrada la noche. Llegamos a eso de las once; como a las doce y media Manuel me robó un primer beso. Como al cuarto para las dos ya estábamos fajando en un rinconcito del antro y como a eso de las tres y media decidimos irnos.
Buscar un hotel con habitaciones libres en Acapulco a las cuatro de la madrugada un sábado de semana santa es misión imposible. Especialmente cuando quienes buscan son dos parejitas medio pedas, sin maletas y con más ganas de coger que de dormir. Recorrimos Acapulco de cabo a rabo. A eso de las cinco, estaba dispuesta a terminar la noche buscando un rinconcito donde dormir, o al menos acurrucarme con Manuel en la playa. Él se veía cansado y había tomado un chorro así que, llegando a la costera lo convencí de que me dejara seguir manejando. Iba a toda madre pasando la Diana cuando un gatito se atravesó y se quedó lampareado frente a la nave. Di el volantazo.
Cuando el sol salió, teníamos el coche medio hecho mierda, la cruda comenzaba a hacer de las suyas y unos tiras nos invitaban caballerosamente a exprimir nuestras tarjetas en un cajero para evitarnos el mal rato de ser remitidos al fresco bote. Yo lloraba de la vergüenza. A las once de la mañana pudimos dejar el coche en un taller donde el seguro se haría cargo. La neta es que Manuel fue el que sacó casi toda la lana con la que hicimos frente al asunto, mordida al honorable cuerpo de tamarindos tropicales, grúa, seguro y hasta los boletos del camión en el que nos regresamos. A las cinco de la tarde, apenas con unos chetos y un refresco en la barriga, conseguimos un guajolotero que nos trajera de regreso con la poca lana que quedaba.
El camión estaba del nabo, pero Manuel se había portado chidísimo. Me fui con él acurrucada en el asiento de hasta atrás. Cuando cayó la noche, poco antes de llegar a Tres Marías, todo estaba muy tranquilo, a nuestro alrededor todos dormían, así que, como no encontré una mejor forma de agradecer a Manuel lo bien que se había portado, con mucha discreción se la mamé allí mismo. Cuando llegamos a México, Manuel ya era mi novio. Duramos como año y medio.
Un beso
Fernanda, siempre
3 porras y 2 mentadas:
Lo que hay que hacer por una mamadita...
Ja JA, pos si lo que es gastarse una lana y obtener nada más que una mamadita. De acuerdo Chiltepin.
Saludos Fer.
Atte.
Lector Frecuente
El cierre de tu texto es impecable.
Deberías revisar qué posts te pueden servir para armar un libro de cuentos... o tus memorias...
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