
Vienen en empaques, tamaños, grosores, velocidades, bifurcaciones, pesos, texturas, formas y colores surtidos. Para encontrarlos, debes buscar en lugares con poca luz (al fondo de algún cajón o en los anaqueles de tienditas con acceso restringido). Los usamos las solteras, las casadas, las viudas y las divorciadas. No importa la edad, profesión u orientación sexual. Los usamos las niñitas fresas, las reventadas, las roqueras, las guapachosas, así como las tías, las hermanas, las mamás y uno que otro muchachón de orientación distraída. Muchas los usan, pero muy pocas reconocen que los tienen. Son verdaderos generadores de felicidad, con pilas alcalinas.
Así es: En materia sexual, me declaro coleccionista de toda clase de juguetes y aparatitos. No me avergüenzan, de hecho, si no fuera por no robarle ni un minuto de inocencia a algún menor de edad que visitara mi casa, los tendría en una vitrina, a mitad de mi sala y, de ser posible, con una placa o inscripción que celebrara las hazañas de cada uno. Todos, sin embargo, ocupan la discreta (pero principal) repisa superior de mi armario. Allí, están perfectamente ordenados, clasificados y cuidados (como si fueran las joyas de la familia) cerca de un centenar de artefactos que van desde tiernos vibradores con forma de patito de hule hasta máquinas endemoniadas con la réplica exacta de los penes de famosos actores porno.
De cada uno sé su historia y lo he probado en carne propia con mejores o peores resultados. Hay algunos cuya eficacia me ha provocado tanta felicidad, que los tengo como mis posesiones más preciadas, los guardo en fundas especiales y los tengo más a la mano que cualesquiera otros. Si un día me viera envuelta en un incendio, después de salvar la vida, esos juguetitos serían lo primero que rescataría...